El materialismo es un sistema que reduce toda la realidad a la materia. Podemos dividir a los materialistas en dos clases. Los unos consideran la materia formada de partes sin más propiedades que la extensión, y pretenden explicar todos los fenómenos del universo por las diferentes relaciones que produce entre esas partes el movimiento de que se hallan animadas. Tal fue en la antigüedad el materialismo de Leucipo y Demócrito. «He aquí, dice Mr. Brin (Historia de la Filosofía, t. 1, pág. 83), el compendio de su sistema: dos principios son necesarios para explicar los fenómenos del universo y dar razón de toda existencia: el vacío y los átomos. El vacío es infinito en extensión; los átomos infinitos en número. Son eternos, dotados de solidez, imperceptibles, a los sentidos, todos de la misma especie, pero con figuras o formas diferentes. El movimiento (sea tal o cual, que poco importa, su principio) es eterno. El movimiento eterno de los átomos en el vacío infinito explica el origen del universo sin la intervención de una causa inteligente. Los cuerpos se forman por la reunión y la combinación de los átomos. El alma misma es un agregado de pequeños átomos redondos y sutiles que penetran en el cuerpo y le comunican la vida y el movimiento. Sometida a todas las vicisitudes de los cuerpos, es perecedera como ellos. El pensamiento se forma de ciertas emanaciones o imágenes que se escapan de los cuerpos, se deslizan con el auxilio de los sentidos hasta el alma, y le hacen conocer los objetos exteriores, sus formas y propiedades.
Sistema filosófico que está desarrollándose desde hace más de treinta años, y que acaso sólo tiene de común con el materialismo tradicional la negación del espiritualismo, es decir, la negación de la existencia de sustancias espirituales.
Es cierto que cuando estas sustancias espirituales se definen como no materiales, poco avanzamos en la definición del materialismo, puesto que no hacemos otra cosa sino postular la realidad de unas sustancias no materiales, pero sin definirlas previamente. Y si en lugar de definir las sustancias espirituales como sustancias inmateriales se definen como incorpóreas, estaremos presuponiendo que el materialismo es un «corporeísmo», tesis que rechaza de plano el materialismo filosófico, en tanto admite la realidad de seres materiales pero incorpóreos (la distancia entre dos cuerpos es sin duda una relación real, tan real como los cuerpos entre los que se establece, pero no es corpórea, ni tampoco «mental»).
Como doctrina sistemática sobre la estructura de la realidad se caracteriza en sus rasgos más generales, desde un punto de vista ontológico, por:
1º) Frente al idealismo, negar que la conciencia agote la realidad o sea originaria, postulando la existencia de una materia ontológico-general que desborda «ontológicamente» y es originaria respecto de la conciencia (empírica o trascendental en sentido positivo).
2º) Defender las «sinexiones» entre conciencia y Mundo, de tal modo que el Mundo sería el contenido finito de la materia ontológico-general caracterizado por estar dado a escala del Ego (principio «zootrópico»); no hay conciencia sin mundo ni mundo sin conciencia. Esta transformación materialista del principio de apercepción trascendental kantiano se llevará fundamentalmente a cabo a través de la idea de «trascendentalidad» positiva.
3º) Frente a los distintos formalismos o «reductivismos» ontológicos, la defensa de que los contenidos del Mundo (esto es, las materialidades dadas a escala del Ego, sin olvidar que el Ego mismo está dado también a escala de estas materialidades) se dividen en tres géneros distributivos de materialidad «sinectivamente» conectados entre sí, de tal modo que es erróneo pensarlos al modo «megárico» o dar más peso ontológico a uno que a otro. Estos géneros, o dimensiones ontológicas «sinectivamente» conectadas entre sí en «symploké» los conoce el materialismo filosófico como M1, M2 y M3. Estos contenidos, al estar dados en función del Ego, son el ámbito ontológico donde la materia «se conoce a sí misma», aunque parcialmente, «finitamente», no al modo hegeliano según el cual el Ser tomaría plena conciencia de sí dentro del Ser-para-sí, en el Espíritu absoluto.
4º) Frente a los distintos tipos de monismo en general, y frente al monismo de la «Ontoteología» cristiana en particular, la defensa de un pluralismo ontológico. En la «Ontoteología» el Ser es un «analogado» de atribución cuyo primer «analogado» es Dios, que es por tanto «Ipsum esse», y al ser Acto Puro (=Ser realísimo, sin ninguna potencialidad), es un Ser simplísimo (=sin partes), al estar ligada la idea de pluralidad a la materia, pero no a la «forma pura». Para el materialismo filosófico, en cambio, el Ser (=la materia ontológico-general) es una pluralidad infinita de contenidos conectados en «symploké». Tanto las Ideas de unidad como de identidad presuponen una multiplicidad originaria sobre las que ejercitarse. Ni que decir tiene que gracias al «principio de symploké», estamos libres de ver a esta pluralidad originaria como una totalidad (las totalidades están en función de las operaciones del sujeto gnoseológico, son finitas, múltiples y recursivas) o como una multiplicidad regida por el «Monismo de la armonía».
Las partes fundamentales del materialismo filosófico son: Filosofía general, que se divide en Ontología (general o especial, y que gira en torno a la Idea de Realidad) y en Gnoseología (general o especial, y que gira en torno a la Idea de Verdad); y Filosofía especial (que gira fundamentalmente en torno al espacio antropológico y al espacio cosmológico).
El materialismo filosófico comporta por tanto una Ontología, una Gnoseología, una Antropología filosófica, una Estética, una Filosofía política, &c.