Apunta José Joaquín Blanco al hablar sobre Stendhal[1] que con la “creación de las naciones modernas apareció una idea de la que partieron muchas teorías: el carácter específico y distintivo de cada nación, que era al mismo tiempo glorificación de sí misma y menosprecio de las demás. La esencia nacional, las virtudes nacionales, la aptitud inherente o ‘vocación’ de cada país se presentaron como verdades fijas”.
México, también, creó una esencia nacional a través de postulados asumidos como definiciones de la mexicanidad, construcción que comenzó en 1900 a partir del trabajo de Ezequiel Chávez (“Ensayo sobre los rasgos distintivos de la sensibilidad como factor del carácter mexicano”, 1901. Antes de esto, el México Independiente fue un proyecto criollo) y fue apuntalada en el siglo XX post-revolucionario. Mirarnos al espejo de dicha creación es como mirar a la criatura del Doctor Frankenstein: una identidad amalgamada a partir de un choque traumático entre las culturas prehispánicas y la española. En esta línea, La increíble hazaña de ser mexicano busca no solamente sumarse a la tradición de textos como La jaula de la melancolía o El laberinto de la soledad, sino dar una prescripción: el problema del mexicano es el mexicano mismo y la solución es el abandono a todo lo que nos define:
No es exagerado afirmar que la cultura mexicana es mayormente un cáncer social. Sé que hacer esta afirmación me ganará aún más enemigos y que desagradará a los académicos –formados en la idea romántica de lo popular, como los estudios culturales, que son la extensión de Pedro Infante–, tampoco gustará al pueblo, es decir, a un fantasma patético, esa zona de nuestra falsedad que para no avanzar cada vez se rebaja más. El pueblo es hoy el enemigo número de México.
Para llegar a tal conclusión, Yépez se remonta a un momento histórico, la Conquista, cuyo impacto, de acuerdo al autor, generó una estampa en la psique del mexicano. Esta estampa está formada por elementos disímiles que no han logrado reconciliarse –Bartra lo había dicho antes: lo mexicano es fruto de la contradicción. Así, nuestra historia resulta una historia de rencores, primero a los españoles –abusivos, saqueadores–, luego a los norteamericanos –ladrones, gandallas– y por último, el PRI –todo lo anterior–. El problema, de acuerdo a Yépez, es que esta energía no se ha utilizado para generar ninguna transformación: permanece latente, pero sedada.
De esta manera, los eventos del pueblo mexicano en poco más de dos siglos han impactado seriamente su identidad, donde símbolos y eventos se mezclan en la construcción psicológica del mexicano promedio. Para iniciar su análisis, Yépez hablar la importancia del maíz en las culturas prehispánicas, símbolo, de acuerdo a sus análisis, de la transformación, la búsqueda del pasaje carne – divinidad.
En nuestra civilización –basada en el modelo bíblico–, el hombre tiene una forma definitiva, desde su creación hasta su fin, en ella el hombre permanece idéntico a sí mismo, hay en él una esencia inmutable; para el pensamiento mexicano arcaico, la forma humana era provisional, inconclusa. Su misión era alterarla.
[Me permito una digresión: el modelo del Nuevo Testamento no contempla una forma definitiva. Pedro escribe, en su segunda epístola, sobre la transformación y crecimiento del cristiano (2ª Pedro 1:5-6). Notas similares se pueden encontrar en Pablo y en otras partes del Nuevo Testamento].
De ahí analiza mayormente el uso del lenguaje para establecer relaciones entre pensamiento y valores –ya la sociolingüística nos había enseñado que el lenguaje es un tipo de comportamiento social–, factores psicohistóricos que impactan “desde lo sexual hasta lo político”, logrando ofrecer una síntesis de nuestra problemática como pueblo:
La conjunción de fuerzas irreconciliadas: dominador y dominado, derivada de la Conquista Española
El apego al pasado y la resistencia al cambio, manifestado por el culto a la muerte (la risa como mecanismo de evasión)
La posesión de la ética perfecta del perdedor: estar jodido es bueno, la pureza está en la pobreza
Una relación insana con la madre por una falta de equilibrio entre la información masculina y femenina
El amor es la única saga que nos obsesiona, todo lo demás no importa
La ironía y la risa son mecanismos para evitar el dolor y la transformación
Lo popular ha sido santificado, anclándose al pasado como un valor deseable cuando, en realidad, representa el modelo que romper
La familia mexicana está rota, en ella viven valores como el machismo y la violencia
La historia está llena de regresiones, vinculadas a los puntos anteriores: el miedo y el apego al pasado
Hay dos puntos que generan suspicacia en cuanto a la validez de los argumentos de Yépez: la falta de rigor al citar la fuente de sus certezas –explicar, por ejemplo, el continuum ascendente que supone era el corazón de la filosofía prehispánica– y la arrogancia con la que comparte sus postulados.
Sospecho que este libro puede contener ideas, perspectivas o planteamientos que parecerán descabellados. (…) Nada de eso me importa. No estoy aquí para agradar a nadie. Estoy convencido de la certidumbre de mis planteamientos. Sé que el tiempo pondrá la razón donde la razón esté depositada.
Sin embargo, Yépez se apresura a desarticular todo tipo de crítica –incluso la mía que llega años después–: “este libro no está dirigido a un interés puramente intelectual. No habrá aquí malabares verbales ni citas eruditas” (pág. 50); “toco este tema porque el choteo a la superación personal de parte de los intelectuales mexicanos es la extensión de un rasgo típico de la cultura mexicana popular, que cree –disculpen, pero es cierto– que es imposible superarse” (pág. 51); “una futura ciencia psicohistórica plenamente desarrollada probará todas estas observaciones” (pág. 67).
Como diría Felisberto, todo esto ha sido previsto: Heriberto es un excelente polemista a quien, paradójicamente, se ha criticado por su falta de apertura a la crítica y sus arrebatos contra la “mafia literaria” del centro del país:
No tengo idea de cómo el lector profesional Yépez se las ingenia para leer “chismes y chistes cobardes” en la evocación que hice de mi trato con Rulfo a principios de la década de los ochentas (que se lee acá) que me parece afable, emocionada y agradecida. Mas el profesor Yépez –que tenía ocho años de edad y vivía lejos– sabrá más que yo de mi propia vida, pues es “pantópico”. En todo caso, me acusa de “cobarde”: término especializado y “biosimbólico” de psicoanalista.
Guillermo Sheridan, El compló de Paz contra Rulfo (de nuevo)
En algunos escritores es difícil separar al libro del autor –”pocos escritores más activos y proteicos”, dijera de él Christopher Domínguez Michael. Yo mismo, tratando de participar en un debate al que no he sido invitado, he escrito un par de notas sobre él aquí y aquí–, lo que puede llegar a nublar la valoración del texto. Pese a las objeciones que pongamos al texto, Yépez transmite un interés sincero por construir un México mejor:
He escrito este libro para los mexicanos del futuro, aquellos que serán la alternativa porque vivirán en una época en que lo único viable será mutar.
O:
Cuando ese hombre nuevo sea alcanzado, las fuerzas del cosmos se abrirán de nuevo para nosotros. Y con esta apertura, las metas psicohistóricas del antiguo mexicano, el hombre europeo y el hombre posmoderno se verán cumplidas: nosotros seremos los otros.
Diría Eduardo Galeano que “a la patria, tarea por hacer, no vamos a levantarla con ladrillos de mierda”. Así, La increíble hazaña de ser mexicano es buen material de construcción, una lectura que obliga a mirarse en el espejo que propone Yépez. Del reflejo que veamos vendrán las acciones en las que Heriberto deposita sus esperanzas.
Colofón
Escrito en 2010, momento en que la atención nacional estaba puesta en el Centenario de la Revolución y Bicentenario de la Independencia, La increíble hazaña de ser mexicano bien amerita una posdata: el impacto –o no– de YoSoy132 y el regreso del PRI al poder son elementos que podrían deconstruirse a partir de las ideas planteadas, autor Heriberto Yépez.