El peor de los miedos no es el que se le tiene a los otros, es el que se le tiene a las propias pasiones. La propuesta es salir a enfrentarlo lo antes posible.
El miedo nos achica la vida. Nos roba, nos oculta, nos confunde.
Es un cerco invisible que nos detiene de ir un poco más allá.
Hay miedos que tienen dueños, los otros, nuestros jefes, nuestros
líderes, nuestros esposos o esposas, vecinos o quien sea que se
haya instalado justo allí, donde comienzan nuestros mejores
deseos y a pura prepotencia nos dice “No”.
Pero el peor de los miedos no es el que le tenemos a los otros,
es el que le tenemos a nuestras propias pasiones, es el que nos
hace mentirosos con nosotros mismos y simplemente negamos
nuestros deseos, fantasías y gustos.
Decidimos aceptar lo que somos y tenemos y nos decimos
“con esto tengo suficiente”.
Pero no es verdad, cuando el olor de una mujer, ver a un hombre,
el paisaje del horizonte, la ola que llega a la playa, nos dicen
que nuestro mundo es pequeño, que nuestros deseos esperan
de nuestra decisión y el miedo nos hace sordos, inmóviles,
ciegos, sin gusto ni ganas, no podemos no darnos por enterados.
Algunos entienden al miedo como un desafío, una propuesta
y salen a enfrentarlo como una cuestión personal, que más
temprano que tarde hay que resolver.