¿Los actuales artilugios modernos son una patente reciente? ¿Son
muchas de las aplicaciones tecnológicas que nos son familiares fruto de
la nada? ¿Somos tan arrogantes como para creer que todo lo que se
nos ha brindado a lo largo de este siglo XX no ha sido ya utilizado
hasta la saciedad en tiempos ancestrales? ¿Son muchos inventos actuales
meras adaptaciones de antiguos prototipos que fueron creados, usados, y
por consiguiente, olvidados en los tiempos inmemoriales que precedieron
al hombre de la era contemporánea?
Para un paladín de ideas audaces y cuanto menos revolucionarias,
supone una gran ventaja intelectual sobre el adversario contrario y
crítico de sus teorías el dar rienda suelta a la fantasía arraigada en
el inconsciente colectivo y el expandir los límites de la imaginación,
además de formular cuestiones que irritarían y desconcertarían hasta al
académico más respetado.
Habiendo superado los tiempos pasados en los que se lanzaban
excomuniones contra los intelectuales que profesaban conocimientos que
harían tambalear los bastiones de la Élite, hemos llegado a un tiempo en
el que renovarse o morir supone una premisa básica para llegar a alcanzar la autorealización personal.
Naturalmente, he explotado esa ventaja para zarandear el viejo
pedestal sobre el que se han asentado las bases teóricas y prácticas
–erradas en muchos casos- de muchos de los conocimientos prehistóricos
que hoy nos son conocidos, rompiendo así, el tabú académico en el que se
ven envueltas ciertas teorías que replantearían –por lo menos- en gran
parte, los obsoletos contenidos que ilustran y adornan con parrafadas
vacían los libros de texto de la enseñanza secular.
Durante la primavera del año 1964, el famoso Instituto marsellés de
Investigaciones Electroacústicas se trasladó a un edificio nuevo. Tras
la mudanza de todo el equipo técnico a su nueva residencia, muchos de
los colaboradores del profesor Vladimir Gavreau se aquejaron de fuertes y
persistentes dolores de cabeza, trayendo como consecuencia sobre estos
síntomas tales como prurito, náuseas y vómitos, entre otros. Tal fue la
gravedad del asunto, que algunos de los colaboradores de Vladimir
empezaron a temblar y a convulsionar cual enfermos durante un ataque de
epilepsia.
Un Instituto que trataba cuestiones relacionadas con la
electroacústica sospechó que aquellas molestias que sufrían los
colaboradores del profesor pudieran tener su origen en radiaciones
incontroladas que podrían estar localizadas en alguna parte de los
laboratorios del edificio.
Después que muchos y tediosos esfuerzos por parte de los científicos
por encontrar la causa del problema, se acabó averiguando el origen del
mismo. No eran frecuencias eléctricas incontroladas las que causaban
esos síntomas, sino un ventilador que emitía ondas de baja frecuencia
que comunicaron a todo el edificio una vibración de infrasonido.
Tras saber lo que consiguió hacer ese ventilador, el profesor
Vladimir dijo que ese fenómeno se podía reproducir experimentalmente de
forma intencionada. Así fue como el profesor, ayudado por sus
incansables colaboradores, creó el primer cañón acústico de todo el
mundo en el Instituto de Investigaciones Electroacústicas de Marsella.
¿Cómo era este cañón, os preguntaréis? Bien, este obedecía a la
siguiente descripción: a una enorme reja que tenía forma de tablero de
ajedrez se le ataron 61 tubos ultra flexibles a los que se les hizo
pasar aire a presión regular, hasta que de estos se pudo apreciar un
tono acústico, en 196 Hz.
¿Cuál fue el resultado del experimento? Simplemente, devastador. Las
paredes del nuevo edificio se agrietaron, y los estómagos de los
presentes durante el ensayo práctico se retorcieron hasta el extremo. En
consecuencia, el cañón fue desactivado.
De los errores se aprende. La experiencia proporciona antecedentes
para que no volvamos a tropezar en la misma piedra, -aun así lo volvemos
a hacer. Y esto lo sabía Vladimir, pues tras el fallido primer intento,
este hizo erigir unas nuevas instalaciones dotadas de sofisticada
protección que proporcionaran seguridad a los hombres que manejaban el
delicado instrumento. Vladimir mejoró con creces la capacidad del primer
cañón, ya que el vástago del primero resultó ser una auténtica
“trompeta de la muerte”, la cual era capaz de desarrollar en su apogeo
máximo hasta 2000 W de potencia, emitiendo, a su vez, ondas sonoras de
unos 37 Hz.
Lógicamente, no se pudo exprimir todo su potencial como se hubiera
deseado, ya que el cañón hubiera destrozado todos los edificios
existentes en varios kilómetros a la redonda.
A finales de los años 70, se consiguió perfeccionar esa “trompeta de
la muerte”, ya que se trabajó durante varios años en un nuevo cañón
acústico de 23 metros de longitud, que fue capaz de emitir ondas sonoras
que alcanzaron la frecuencia mortal de los 3,5 Hz…
En vista de estos antecedentes, viene a mi mente otro escenario en el
que pudo ser plausible el uso de otro artilugio similar. Vayamos a este
y analicemos el contexto del mismo.
En el pasado bíblico, el pueblo elegido por Dios, travesó el Jordán,
poniendo rumbo a la ciudad de Jericó, la cual se veía rodeada de espesas
murallas de 7 metros de grosor. En vista del impedimento, se ordenó a
los sacerdotes que tocaran las “trompetas”. Veamos que describe el Libro de Josué:
<<Los sacerdotes tocaron las trompetas, y cuando el pueblo,
oído el sonido de las trompetas, se puso a gritar clamorosamente, las
murallas de la ciudad se derrumbaron, y cada uno subió a la ciudad
frente de sí>>
Es evidente de que algo anómalo sucedió, pues ni la fuerza de los
pulmones de los sacerdotes, ni las miles de voces del pueblo apoyando
con sus gritos a pleno pulmón el sonido de las trompetas pudieron haber
derruido aquellos muros tan gruesos… ¿Acaso usaron esos sacerdotes algún
tipo de cañón sónico para logar su objetivo? ¿Es que acaso Dios
–entendido como el supremo creador del todo, o, póngase por caso especulativo, los extraterrestres, otorgaron al pueblo judío además del Arca del Alianza algún tipo de oopart
que a la postre les resultara beneficioso para salir airosos de las
dificultades que les plantearía la larga travesía? Sea como fuere, y en
vista de los hechos anteriormente mencionados, tenemos en conocimiento
que las ondas sonoras de frecuencia hertziana mortalmente baja, habrían
sido válidas para derrumbar los muros de la ciudad de Jericó.
Fuente: Gran Misterio, publicado por: Ethan.
Fecha de publicación: 25 de Abril de 2013
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