23 de agosto de 2013

Maíz transgénico en México: mucho que arriesgar, poco que ganar

Mariela Fuentes Ponce / Iván P. Moreno Espíndola / Luis M. Rodríguez Sánchez / Juan Macedas Jiménez* / I parte Desde los últimos meses

El maíz mexicano, en jaque por empresas trasnacionales ■ Foto archivo La Jornada Michoacán
Mariela Fuentes Ponce / Iván P. Moreno Espíndola /
Luis M. Rodríguez Sánchez / Juan Macedas Jiménez* / I parte

Desde los últimos meses del gobierno de Felipe Calderón se ha difundido con mayor intensidad la discusión en torno a la posibilidad de aceptar la liberalización de maíz transgénico a campo abierto con fines comerciales en nuestro país, centro de origen y diversificación de dicha planta. Esta discusión no es nueva. Desde anteriores administraciones panistas y priístas se había intentado minimizar o banalizar el tema de la introducción de plantas de maíz transgénico, como si se tratara de una tecnología totalmente probada e inocua para el consumo animal, humano y, aún para el ambiente. En la actual administración el gobierno se ha rehusado a tomar una postura pública al respecto.

Por su parte, organizaciones campesinas, sociales y de académicos han planteado el debate del uso de semillas de maíz transgénico desde la entrada en vigor del Tratado del Libre Comercio de América del Norte (TLC), en 1994. En una lista presentada por la propia Secretaría de Agricultura, Ganadería, Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación (Sagarpa), por medio de la Comisión Federal para la Protección contra Riesgos Sanitarios (Cofepris), se menciona que el 14 de febrero de 1995 se autorizó la venta comercial de un jitomate genéticamente modificado (FlavrSavr™), de la empresa Calgene SA de CV. ¿Con qué elementos contamos los ciudadanos para ser partícipes del debate y hacernos una opinión al respecto para exigir a quienes, en teoría, nos representan, la mejor política pública? Es urgente la revalorización y priorización de la actividad agrícola en el país desde la perspectiva de seguridad y soberanía alimentaria, y desde el propio contexto cultural.

Desde hace algunas décadas, las políticas públicas que se han implementado para el campo mexicano han fomentado sistemas de producción uniformes mediante la oferta de paquetes tecnológicos que se desarrollan bajo el esquema de un modelo económico y político privatizador. Muchos de estos modelos son ofertados por la agroindustria, lo que ha provocado la pérdida de saberes y tecnologías locales, los cuales implican perspectivas de adaptación y resiliencia ante los cambios ambientales, económicos y sociales actuales. La inserción del maíz transgénico en la producción y comercialización en México no es un hecho aislado, sino que responde a esta visión de seguir ofertando soluciones aparentemente inmediatas en un contexto de “agricultura moderna”, modelos arrastrados desde la revolución verde que asumen la posibilidad de solucionar todos los problemas de la producción agropecuaria. Sin embargo, omiten la complejidad de los agroecosistemas, además de permitir la injerencia de empresas privadas en las decisiones prioritarias nacionales, como lo es el modelo de producción de alimentos, el cual se interpreta como un modelo privatizador en un área prioritaria de nuestro país, la producción de comida para la población. Todo ello restringe nuestra soberanía y autonomía alimentaria, aumentando nuestra dependencia respecto a otros países productores de alimentos, y a las empresas privadas del agronegocio y afines. Las empresas productoras de semillas y de agroquímicos pugnan por una agricultura dependiente de insumos, lo cual generará una concentración del capital por parte de dichas empresas.

Según un reporte de Reuters, la mayor empresa vendedora de semillas modificadas, Monsanto, en el trimestre agosto-octubre del 2012 obtuvo por ventas 2 110 millones de dólares. Mientras, Syngenta, empresa generadora de herbicidas, plaguicidas y semillas modificadas, aumentó sus ganancias este año en un 13 por ciento; el presidente ejecutivo de dicha firma, Mike Mack, aseveró que en 2012 sus ventas fueron de 14 mil 200 millones de dólares. Las diferentes compañías, al ofertar el maíz transgénico enfatizan dos características agronómicas: resistencia a insectos y tolerancia a herbicidas con el fin último de incrementar el rendimiento de grano por hectárea. Esta perspectiva es totalmente antagónica a la concepción de las culturas diversas de México, donde se cultiva el maíz con una visión holística, respondiendo a necesidades de vida; se siembra junto con frijol, calabaza y otras plantas, acordes a los diferentes ecosistemas y tecnologías locales, adaptándose a las condiciones culturales y climáticas de las diferentes regiones de nuestro país. En la visión de los campesinos, en una parcela no solo se busca obtener la mayor producción de un solo tipo de grano, se busca también enriquecer la alimentación con hierbas comestibles (quelites), condimentos (chile y epazote), colectar diferentes hongos e insectos.

Por otra parte, en esa concepción de la agricultura se generan espacios de conservación in situ de una amplia diversidad de plantas medicinales y de ornato, como el cempasúchil. En este contexto, lo que estamos discutiendo no es sólo la entrada o no del maíz transgénico al campo y al mercado nacional, sino de diferentes concepciones del quehacer agrícola en México, tanto a nivel de política pública, extensionismo, el apoyo al campo y pequeños productores, la generación de conocimiento, así como el modelo económico y de soberanía nacional. El modelo reduccionista de paquetes tecnológicos y aparentes soluciones inmediatas introduce en la agricultura lo que se denominan organismos transgénicos ogenéticamente modificados (OGM). El maíz que comúnmente se ha introducido se denomina Bt (por la bacteria Bacillusthuringiensis), es una planta que ha sido modificada artificialmente para que produzca una toxina que de manera natural sería producida sólo por dicha bacteria. Esta modificación implica que al menos un gen de la bacteria fue introducido mediante técnicas de biología molecular en el genoma del maíz. En el caso del maíz Bt, se introdujo una instrucción para que produzca una proteína tóxica denominada Cry, que en teoría ayudaría al maíz a tener su propio insecticida. Bajo esta idea simplista se han creado diferentes organismos en los que se combinan genes de bacterias, virus y plantas, suponiendo un efecto aditivo simple.

Un transgénico es aquel organismo al que se le han introducido una combinación artificial de genes, en el cual se supone que únicamente se expresará el transgen de interés, sin afectar el resto de las instrucciones y funciones que de manera natural realizarían las células del organismo modificado y sin interactuar con el medio en el que dicho organismo se desarrolla. Sin embargo, la complejidad de los sistemas biológicos rebasa estos supuestos ya que la naturaleza es mucho más compleja que la idea simplificada de la doble hélice del ADN que aprendemos en la escuela. Diversas investigaciones, como las del grupo de Elena Alvárez-Buylla, del Instituto de Ecología de la UNAM, han demostrado impactos ecológicos y productivos al cultivar comercialmente variedades transgénicas, como la pérdida de diversidad genética del maíz, siendo centro de origen nuestro país. El maíz es una planta de polinización libre, por lo cual no hay control entre las cruzas, lo que ha generado que variedades nativas hayan presentado ya flujo génico de variedades modificadas (demostrado por Ignacio Chapela y corroborado por Elena Alvárez-Buylla, en Oaxaca). La diversidad coadyuva a las diferentes variedades nativas a adaptarse a las variaciones climáticas y geobiofísicas, mientras que los transgénicos no son flexibles en este sentido.

Aportación de: Paola Shenkaya
Fuente: http://www.lajornadamichoacan.com.mx/2013/08/20/maiz-transgenico-en-mexico-mucho-que-arriesgar-poco-que-ganar/

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