13 de agosto de 2013

Mi decepción del ejercito: experiencia de un soldado en Michoacán


ENTREVISTA Por: Diana Colín García

Permanecí esperando a Adolfo más de cuarenta minutos en una conocida plaza al sur de la ciudad. Después de veinte minutos le vi llegar. Por poco y no lo reconozco, había cambiado su vestidura militar por un holgado pants de algodón y su rostro transmitía serenidad en vez del estrés concerniente a los ajetreados días en combate, las pocas semanas de su baja definitiva le habían sentado bien.
Adolfo (como había pedido que le llamara por su admiración a Adolfo Hitler) me relató una de las versiones no oficiales de lo acontecido los días 8, 9 y 10 del mes de diciembre en 2010, cuando la ciudad de Apatzingán se vio envuelta en llamas debido a dos enfrentamientos entre la Policía Federal Preventiva, elementos del ejército mexicano contra la asociación delictuosa conocida como la Familia Michoacana.

¿Durante cuánto tiempo estuviste en el ejército?
Fueron aproximadamente cinco años, me enlisté en junio de 2007 en mi natal Estado de Hidalgo y decidí salir en 2012..

¿Qué cargo ocupaste durante tu estancia?
Soldado fusilero y tuve dos cursos de paracaidismo acreditados.

¿En dónde te entrenaron?
Estuve en varias, como la 4ta Zona Militar ubicada en Hermosillo, Sonora. En la 16ª Zona en Sarabia, Guanajuato, en la 38ª en Tenozique, Tabasco y en guarniciones como Agua Prieta en Sonora y Ciudad Acuña en Cohuila, por mencionar algunas.

¿Y Coalcomán?
No; allí debíamos aplicar el adiestramiento que habíamos tomado previamente para combate a guerrilla y crimen organizado.

¿Cómo fue tu llegada a Coalcomán, Michoacán?
Mis compañeros y yo tuvimos que caminar durante cinco días, pudimos haber ido en helicóptero o en algunos vehículos, pero los coroneles acordaron no hacerlo por no considerarlo necesario. Los caminos para llegar no son aptos para el transporte, ni siquiera el del ejército.
Subimos por una colina bastante empinada, finalmente a poco menos de un kilómetro supimos que estaba la base en la cumbre de aquella montaña en Coalcomán, el lugar más odiado de Michoacán por ser tan difícil de llegar. Las cosas se dificultaron cuando dos compañeros cayeron desmayados de cansancio y nadie en la sección conservaba una gota de agua en las cantimploras para reanimarlos. En ese momento el sargento de nuestro pelotón ordenó quedarnos a cuidarlos mientras los demás regresaban con un soldado de sanidad, sólo así pudimos descansar.

¿Era dura tu vida en la base?
No tanto. Los siguientes días de recuperación los pasamos todo el tiempo encerrados. La ropa aseada, el baño diario y un colchón libre de alacranes y mosquitos eran las comodidades más importantes que nos daba el batallón. Raras veces nuestros celulares agarraban señal y aprovechábamos para comunicarnos con nuestras familias. Generalmente al concluir nuestro entrenamiento diario, teníamos tiempo libre para jugar baraja o ver alguna película en el DVD del teniente. Así fue nuestra vida alrededor de un mes.

¿Qué sucedió?
En la madrugada del jueves 9 de diciembre, el teniente nos despertó diciéndonos que teníamos sólo diez minutos para preparar nuestro equipo y salir armados.
Todo era un lío allá afuera. Los vehículos formados en las calzadas eran revisados por los mecánicos, supe que el batallón saldría en pocas horas pero nunca nos dijeron hacia dónde, de todos modos la compañía buscó un lugar para formarse en la explanada para hacer los honores a la bandera.
Cuando terminó la ceremonia, el coronel nos informó del enfrentamiento contra los narcos sucedido la noche anterior en la 43 Zona Militar ubicada en Apatzingán Michoacán en donde también habían participado varios elementos de la Policía Federal.
Cuando escuchamos el ¡romper filas! corrimos a los vehículos, los motores encendieron y fuimos al rescate de las dos zonas militares de Michoacán.

¿Cómo encontraron a Apatzingán cuando llegaron?
De la chingada. Cuando arribamos, eran las ocho de la mañana. Había varios camiones quemados en la entrada al municipio y ningún habitante se atrevía a salir, sólo circulaban elementos del ejército, de las Fuerzas Especiales y de la PFP, al igual que un destacamento de la Marina enviado desde la zona naval de Lázaro Cárdenas. No había muertos, porque todos ya habían sido levantados.
Me dirigí a la cafetería de las Fuerzas Especiales, los Gafes[1] se burlaban por la labor tan pendeja de la Policía Federal al no haberle podido hacerle frente a unos cuantos sicarios. También pendejeaban a los batallones de fusileros que no habían auxiliado en la contienda.
En una mesa encontré a un amigo perteneciente al 51 batallón de la Zona 43. Platicando con él me dijo: Esta guerra es pura mierda, ayer a los primeros en chingarse fueron a los pefepos, nunca nos dieron la orden de reforzarlos, los dejamos morirse como perros.

¿Y tu amigo no te informó algo más sobre lo ocurrido el día anterior?
Claro. Sucedió que el miércoles 8 de diciembre, en el 51 batallón de infantería, los compañeros efectuaban sus servicios dentro de la 43 zona militar. La mañana del día anterior, las unidades que habían sido desplegadas en zonas de incidencia habían sido reunidas para presenciar la toma de protesta de su nuevo comandante.
Durante la bienvenida el General de la 43 Zona Militar pronunció un discurso en el cual dijo: La guerra contra el narcotráfico es una lucha de hermano contra hermano, no seremos tolerantes pero no olvidemos que todos somos mexicanos.
Precisamente esa noche poco después de las 20:00 hrs. se empezaron a escuchar los primeros disparos, durante algún rato los soldados pensaron que se trataba de un enfrentamiento, pero varios de los altos mandos les dijeron que se trataba de cohetes lanzados por alguna festividad. Pero poco antes de la 21:00 hrs. recibieron la orden de desplazarse hacia Apatzingán.
La fuerza de reacción del 51 batallón junto con una sección del 97 batallón salieron sólo hasta después de las 21:30hrs., era de esperarse que al salir no hallarían nada, se les dio la orden a algunas decenas de compañeros para hacer un recorrido por algunas calles de la ciudad y volver al batallón media hora después.
En el recorrido vieron a muchos elementos de la policía federal acantonados en la cabecera municipal con miedo de volver a ser atacados. Les dijeron que esa misma tarde ellos habían pedido auxilio a la 43 zona militar y que el General García les había prometido su apoyo, pero los refuerzos nunca llegaron y se dio pie a una masacre.
Mi amigo me contó que a la unidad de refuerzos se les ordenó no inmiscuirse en asuntos que pusieran en peligro su vida, antes de llegar a la zona de conflicto se escondieron atrás de un cementerio. 
Dejé a mi amigo en la cafetería. Cuando salí, me topé con un policía federal, sus ojos tenían temor y decepción, no pude verlo y volví con mis compañeros.

¿Cómo transcurrió el resto del día?
Durante el resto de la mañana, empezaron a llegar más marinos así como refuerzos de la policía federal. A las 12:30 se comenzaron a escuchar disparos a corta distancia, supimos que se trataba de una emboscada contra los refuerzos, todos los soldados trepamos a los vehículos para ayudarles pero nos dieron la orden de quedarnos, los únicos que salieron a apoyar fueron la policía federal y unos cuantos de la marina.
Al poco rato el teniente coronel del 51 batallón de infantería (el nuevo comandante) salió con unos cuantos elementos de sección 51 de las Fuerzas Especiales hacia rumbo desconocido.
Poco después se nos dio nueva orden para auxiliar a los pefepos, llegamos a un municipio (no sé cómo se llama) cercano a Apatzingán poco después las 4:30 pm. En el camino de terracería se encontraban muchos vehículos de los federales, atrás de ellos los policías se resguardaban de los francotiradores apostados en lo alto de un cerro.
Nuestros compañeros empezaron a desplegarse en el terreno porque ya se encontraban en camino las Fuerzas Especiales. En ese momento, las comunicaciones de los sicarios fueron interferidas por nuestros elementos de radiocomunicaciones: “los verdes ya vienen para acá. No te preocupes por ellos tu síguele disparando a los azules, los sapos así caminan, no hay pedo.”
Nos dieron la orden de reforzar a los policías pero éramos muy pocos a comparación de los narcos, el apoyo que les dábamos era una chingadera, aún así creíamos ser un distractor para los sicarios, mientras los Gafes les llegaban por atrás a partirles las madre.
El resto de la tarde y toda la noche los federales permanecieron acantonados entre sus carros, únicamente salían para evacuar a sus compañeros heridos y regresar de inmediato. Tuvimos noticias de que algunos policías habían desaparecido en la confusión del enfrentamiento.
En la madrugada los pocos militares que nos quedamos con la policía federal, incursionamos sobre el sector en el que los Gafes se debían haber chingado a los sicarios, pero lo que encontramos no tuvo madre: restos de cartuchos y radios, rastros de sangre que llevaban a un camino marcado por huellas de neumáticos, y dos pefepos ultimados.
La mayoría de sicarios había huido horas antes, los Gafes nunca fueron enviados a ese lugar. 

¿Hubo alguna reacción por parte de tus compañeros al darse cuenta de esto? ¿Cómo reaccionó la gente de Apatzingán?
Hubo mucho descontento entre nosotros, lo que hicieron los Gafes no tuvo madre. Los dos días siguientes fueron un infierno para todos, los elementos de la policía federal nos veían con decepción por sus compañeros caídos, las otras compañías nos decían que no teníamos huevos.
Para acabarla de chingar, los michoacanos hicieron una protesta frente al batallón exigiendo que la PFP abandonara Apatzingán y los acusaron de asesinos, en esos momentos odié a aquella gente. El 9 y 10 de diciembre gran parte del ejército permaneció acantonado en el 51 batallón mientras los federales salieron a hacerle frente a los sicarios. La gente olvidó que ellos también eran personas, tenían familias e hijos que no volverían a ver, mientras los integrantes de la Familia Michoacana se encontraban en sus domicilios en Apatzingán, Tepalcaltepec y el mismo Coalcomán.
Nos dio coraje de no poder hacer nada, al regresar a la base, el resto de las tropas nos abuchearon por no poder haber sido de utilidad y dejar masacrar a los de la Policía Federal. En aquellos momentos no pudimos decir que no había sido nuestra culpa, sino órdenes del general de la 43 zona militar. Fue allí cuando todos comenzamos a decepcionarnos del ejército, pues eran los mismos generales los que ayudaban a la Familia.

¿Fue allí cuando tomaste la decisión de desertar?
No; eso fue a principios de junio de 2011. Después del incidente del 24 de mayo en Apatzingán[2]. En esas fechas la PFP trabajó otra vez con el ejército mexicano, tuvieron un enfrentamiento con Los Caballeros Templarios.
En esa ocasión yo estaba en descanso, me enteré por uno de mis compañeros que cuando el ejército entró en las localidades de conflicto, los radios (al igual que la vez anterior) interceptaron las comunicaciones de los sicarios, ellos decían: a los verdes (militares) no les disparen, son amigos. A los azules (PFP) denles con todo.
En el único apoyo hacia la PFP por parte de el ejército, un helicóptero militar descendió para apoyarlos, pero el Comandante del batallón 51 de inmediato notificó al general de la 43 que estaban en posición para acribillar a los sicarios en una emboscada, éste les respondió por radio: ¿Que chingados haces ahí? Retírate. Mi amigo, varios compañeros militares y policías escucharon estas palabras.
Los federales quedaron solos cuando el helicóptero ascendió, también fueron acribillados a tiros.
Al día siguiente el capitán de marinos se presentó directamente con el comandante de la PFP para brindarle su apoyo, así, el ejercito quedó totalmente excluido y lo único que hizo en los días siguientes fue llevar a un corralón las camionetas abandonadas de los cárteles, entraron en casas de seguridad para rapiñar cartuchos, armamento y droga que posteriormente exhibieron ante los medios.
Fue esta noticia la que nos hizo desertar del ejército a varios compañeros y a mí. Pero hasta mediados de junio de 2012 pude presentar mi renuncia formal.

Brevemente ¿qué opinas sobre tu estancia en el ejército y de esta guerra contra el narcotráfico?
Creo que tanto militares como policías federales, somos la carne de cañón de este gobierno. La verdad, muchos de los delincuentes están protegidos por altos mandos. Si para nuestra mala fortuna llegamos a agarrar a un protegido de los peces gordos, a quien carga la chingada es a nosotros. Ya han desaparecido varios compañeros en una guerra que fue puro teatrito de Calderón.
Me duelen mis camaradas que aún siguen en el ejército, exponiendo sus vidas, después ellos son los que pagan las chingaderas. Lo malo es que la gente se olvida de que un soldado sólo obedece órdenes.

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