13 de julio de 2013

El origen védico de la Matrix

Encontramos en la literatura vedántica la clave que revela el origen de la naturaleza ilusoria o representativa del mundo: la copia del soma, la usurpación de la divinidad, que descubre, a su vez, a los dioses como simuladores.


Un deseo permea el misticismo de todas las eras: desgarrar el velo de la ilusión. Pero para poder penetrar ese tejido, que algunas veces es descrito como la vestimenta de una diosa o un hermético castillo, que se confunde con la naturaleza y el mundo fenomenológico, primero se debe detectar su existencia: el acto fundamental también descrito como ver lo invisible, despertar en un sueño o tomar conciencia de que la realidad es falsa. La filosofía gnóstica ideó el concepto de stereoma para significar una creación sobre la creación, una especie de realidad virtual o simulación diseñada por los Arcontes, señores planetarios que traslapan un encantamiento sobre la realidad verdadera. La evolución de esta idea, como hemos trazado en varias ocasiones en Pijama Surf, deviene en la simulación informática conocida como La Matrix. La más entrañable narrativa de ciencia ficción de nuestros días que es una suma de las ideas de autores como Phillip K. Dick, Jean Baudrillard, William Gibson y animaciones ciberpunk japonesas como Ghost in the Shell. Un remix de la sofisticación de la narrativa del “sueño dentro de un sueño” –la mente ya extravasada como un software.

Existe, sin embargo, un origen más remoto para esta idea que atinadamente la modernidad ha llamado Matrix (palabra que comparte raíz con “materia”, “medida” y “maya”). Se trata de la literatura védica, la historia de los Rbhus “los forjadores”, “hijos del hombres a los que se reconocía por sus ojos de sol”, los primeros mortales que alcanzaron la divinidad, ascendiendo al cielo invitados por Indra y los Asvin. Algunos mitos se repliegan e imbrican hasta significar la materia misma de lo inexplicable, el corazón del misterio, pero según algunos relatos fragmentarios, los Rhbus, no conformes con haber alcanzado las esferas superiores, in coelestibus, quisieron probar el soma, la bebida de los dioses que otorga la inmortalidad. Acogidos en su hogar por Savitir “aquel a quien nada se le puede ocultar”, después de un letargo de 12 días, algo así como el rito de paso o la resaca de su divinización, fueron despertados por el Perro Celeste y conocieron a Tvastr, “el artífice divino, celoso guardian del soma”. En un pasaje memorable que es una cifra holográfica de ” la literatura y los dioses”, Robero Calasso nos cuenta:

Esto fue lo que sucedió: la copa en la que los dioses y Tvastr bebían el soma era única. Era lo único. Los Rbhu la miraron, la estudiaron. Después “reprodujeron cuatro veces aquella copa del Asura (Tvastr), que era única”. ¿Cómo lo consiguieron? Midiéndolo con precisión: usando su arte, que era maya, la “magia medidora”, según la luminosa traducción de Lilian Silburn. Tvastr abrió enormemente los ojos cuando vio aquellas cuatro copas, que resplandecían como días nuevos. Dijo: “Queremos matar a quienes han contaminado la copa divina del soma”. No está claro lo que sucedió a continuación. Se perciben también sombras femeninas. 

Este acto de magia artesanal, que se lee como una historia detectivesca de brujería, que usurpa la misma cualidad divina, la luz prístina del mundo, es definitivo y se derrama (se sigue derramando como de una copa infinita) sobre la realidad. Aquello que cae es el mundo entero, exactamente reemplazando el mismo mundo. El fantasma más perfecto es aquel que es un cuerpo idéntico. Pero es un fantasma y esa es toda la diferencia. Ese acto arruinó para siempre la relación entre los hombres y los dioses, bajo el conjuro del artificio.

Los Rbhu habían llehado demasiado lejos, al lugar donde crecen juntos y luego se separan el fetiche y el reflejo. Mientras lo único persiste, el simulacro permanece prisionero en su seno. Pero cuando las copas se multiplicaron, se derramo desde el cielo la imparable catarata de simulacros, en la que el mundo vive desde entonces[...] Si la copia significa la extinción de lo único, en la estela de la copia aparece la muerte. Los primeros simulacros, son las imágenes y las apariciones de los muertos.

Se sugiere que el estigma de la copia proviene de recordar “un tiempo remoto en el que también los dioses habían hollado la tierra como simples mortales”. El poder de los dioses estriba en el secreto de que los mortales pueden hacer copias y ser como los dioses (revelando que la materia es programable).


Platón habla de que los demiurgos (el nombre utilizado para la divinidad que simuló el mundo) eran artesanos que copiaban vasijas en la periferia de las ágoras.

Borges escribe en Tlön, Uqbar, Orbis Tertius, la que podría ser una civilización en un universo paralelo: ”Los espejos y la cópula son abominables porque multiplican el número de los hombres”. Este es el pavor metafísico de la copia, que el poder legisla prohibiendo (como ocurrió en la edad media, la brujería y la sexualidad orgiástica, eran vistas como la misma profanación).

La resonancia moderna de la copia tiene que que ver con la inteligencia artificial y la realidad virtual: una copia la mente , que quizás en su origen generó la misma realidad (el secreto de los dioses es que el mundo es un artificio), la otra copia la naturaleza –el vacío danzante– y la reemplaza con la hiperrealidad (la materia, el maya, es la primera simulación). ¿Detrás del aire y de la pared, se pueden atisbar alfanuméricos brillando suavemente? ¿Hay cables detrás de las estrellas? También en los Vedas, vía Calasso, atisbamos en la Creación de Prajapati, el código que soporta la representación, el gran teatro, que es el mundo:

En torno suyo todo era nuevo y, al girar la mirada, podía ver aún detrás de las manchas de la vegetación, detrás de las siluetas de las rocas, un número, una palabra, una equivalencia: un estado de la mente que se adhería.

Twitter del autor: @alepholo

Fuente: http://pijamasurf.com/2013/07/el-origen-vedico-de-la-matrix/

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