16 de octubre de 2013

JÓVENES, GLOBALIZACIÓN Y POSTMODERNIDAD: CRISIS DE LA ADOLESCENCIA SOCIAL EN UNA SOCIEDAD ADOLESCENTE EN CRISIS

Vivimos en unas condiciones cambiantes a múltiples niveles, cuyos efectos sobre el estatuto social de los jóvenes contemporáneos, se analizan en este artículo. Las identidades de los postadolescentes, en un estado de moratoria social, se vinculan a condiciones como las actuales que definen un tiempo de postmodernidad, ante la emergencia de propuestas globalizadoras y de mundialización y las demandas de un mundo digitalizado, cuyas consecuencias a nivel psicosociológico se evidencian. Se analizan las características que definen a la actual adolescencia social en desánimo, así como las principales crisis de la adolescencia que se retroalimentan con otras crisis de la sociedad adolescente, estableciéndose un paralelismo entre ambas. Asimismo, se analizan las actuales coordenadas de la sociedad postindustrial que afectan a la inserción sociolaboral de los postadolescentes, ralentizando su tiempo de espera psicosocial.

                                     LA ADOLESCENCIA SOCIAL EN DESÁNIMO

En condiciones como las actuales, renovados órdenes se están instalando sin ambages, imponiéndose la desorientación en unas condiciones de cambio entrópicas, de modo que las demandas de la era global afectan significativamente a nuestras vidas, tal y como ha evidenciado Giddens (2000), y son causantes de estados confusionales y patologizaciones personales varias (Myers, 2000). Semejantes condiciones se hallan potenciadas por la paradoja de un tiempo de postmodernidad que se vincula a otras crisis en condiciones globalizadoras y de mundialización (véase Almirón, 2002; Amin, 1999; Beck, 1998; Biersteker, 2000), asociadas a las propias falacias del globalismo y ante las demandas de un mundo digitalizado que se sirve de discursos con estatuto de verdad y otras herramientas de poder, siendo causante de apremiantes malestares, como los evidenciados por Stiglitz (2002). Tales cambios identitarios son signo y síntoma de otras tantas crisis, entendiendo por éstas, de acuerdo con su significado etimológico, actos de decisión en lo personal y en lo social. La cuestión que nos planteamos no es otra que analizar, acorde con los cambios operados, las identidades de las subculturas juveniles y las modificaciones experimentadas en sus realidades psicosociológicas, sus esperanzas y distopías. Como toma de decisiones conflictuadas, las crisis son aplicables tanto a las convulsiones macrosociales como a los cambios pubertarios, a los ajustes operados reflejamente y a las necesidades (in)satisfechas de los adolescentes en la red psicosocial, al agravamiento de las contradicciones inherentes al sistema y a la cronicidad de estados personales problematizados, a lo individual y a lo social, en suma. La búsqueda y redefinición incesante de identidad caracteriza al postadolescente actual, cautivo en la adolescencia como evidencia Castillo (1997, 1999), en un permanente momento de tránsito influido por los imperativos de la sociedad contemporánea, en donde se tiende a un permanente diálogo sobre el sujeto ante una renovada búsqueda de sí mismo, en los términos expresados por Touraine y Khosrokhavar (2002).

Los adolescentes en su período de definición personal necesitan referencias y referentes, acciones simbólicas e iconos, valores y significados atribuidos, etc., que, en condiciones de inestabilidad, actúen como elementos que contribuyan a dar sentido a sus búsquedas. Están obligados a definirse, a hallar una identidad cuya consecución se va forjando, ya sea bajo la forma de conformidad acrítica, de asimilación singularizada o de rechazo sintomático de lo establecido, con la ayuda de formas de distracción establecidas y de formas colectivas de evasión e inactividad y sobreestimulación como renovadas apologías dionisíacas (Bellis y Hughes, 2003) que se les representan como ejercicios de libertades. Ese esparcimiento juvenil orquestado en forma de salir de marcha y diversiones nocturnas (Calafat, Juan, Becoña, Fernández, Gil, Palmer, Sureda y Torres, 2000), unido a una escolarización que nunca acaba vinculada a efectos de poder y control de acuerdo con una perspectiva de análisis foucaultiana (Moral y Ovejero, 2000; Moral y Pastor, 2000) o a una inserción socioprofesional que se va retardando y precarizando (Alonso, 2000; Blanch, 2001; Castillo, 1998; González, 1999), son signos y síntomas de ese conflicto entre la sociedad y el joven, y de éste con los otros y consigo mismo. En momentos de desilusiones masivas, algunos jóvenes con miedo a la libertad, en terminología frommiana, se consuelan del desánimo ya sea con sobreactivaciones varias, a través de la conformidad automática o mediante la redefinición de identidades difusas. En los tiempos actuales los adolescentes contemporáneos experimentan sentimientos de decepción, aunque se enmascaren bajo una apariencia de conformidad y disfrute superficial en forma de consumo o de ocio juvenil de fin de semana, como si de un intento de adaptación no traumática a una realidad que se intenta simular se tratara. Semejantes contradicciones son evidenciadas por Urra (2002, p. 11): "Vitalidad, efervescencia, ilusión, tristeza y hasta desesperación definen una etapa donde la ropa que se lleva, las modas y los efímeros mitos cobran un valor inusitados".


En consecuencia, abundan los señuelos mediante los cuales se distrae a los jóvenes de sus auténticas búsquedas. Semejantes encantamientos de un mundo desencantado, adoptando como propia la expresión de Ritzer (2000), son fuegos artificiales -en forma de disciplinamientos, búsquedas comunes, conciencias colectivas, normas y desviaciones, discursos ideologizados y estatutos de verdad-, que representan artefactos diseñados como "bienes" impunes para adolescentes y jóvenes, en virtud de los cuales se enmascaran intencionalmente los sentimientos generalizados de desánimo e incomprensión ante búsquedas no satisfechas que se experimentan durante la adolescencia social como estado de moratoria.

                             ACERCA DE LAS CRISIS DE LA ADOLESCENCIA 

El joven contemporáneo, sus búsquedas y proyecciones, así como las incertidumbres derivadas de cambios en el pensamiento social, la reformulación de las representaciones simbólicas ante momentos de socavamiento de los referentes y las convulsiones propias del entorno, se interrelacionan, se agravan o se benefician unas de las acciones/reacciones de las otras, dada la vinculación retroalimentadora de la que se trata. Actualmente, el joven preadulto como adolescente social (Moral y Ovejero, 1998, 1999) está atravesando una crisis de adolescencia, cuya etiología no descansa, únicamente, en una revolución tormentosa interior, a modo roussoniano, sino en la propia raigambre multidimensional de sus conflictos. Individualizar, e incluso patologizar, los problemas de los postadolescentes representa un ejercicio mediante el que, al desvincular cada caso de sus multideterminaciones, se reduce de forma intencional la responsabilidad de otras agencias y poderes implicados a nivel social, familiar, académico, mediático e institucional, como consecuencia del intento de personalizar un conflicto heterocondicionado.

Retroalimentación de las crisis de la adolescencia y de la sociedad

Una adolescencia forzada, una pubertad social, una juventud prolongada, como constructos que designan todos ellos una misma realidad, se generalizan en las condiciones que definen una gran paradoja: una sociedad adolescente de adultos. El calificativo de adolescente (con toda la carga estereotípica que conlleva) aplicado a la sociedad actual se podría emplear para denotar la ambivalencia, la sucesión de cambios, las contradicciones, el debilitamiento de valores tradicionales, su exasperación ante las tomas de decisiones que ha de adoptar, las tensiones y turbulencias, su egocentrismo, el hedonismo, la inmediatez, la renovación, la búsqueda y redefinición de identidad o, finalmente, el estado de permanente tránsito hacia no se sabe muy bien qué.

Se propone un análisis de los mundos posibles contemporáneos y de sus efectos sobre las realidades de los adolescentes, así como de sus réplicas ante tales condiciones:

a) en este mundo desbocado (Giddens, 2000), la categoría estanca de adolescencia, que ha perdido su característica definitoria de transitoriedad, ha tomado el rumbo de una juventud social prolongada, postergándose su progreso hacia la condición de adulto;

b) en el mundo de la metamorfosis del trabajo (Alonso, 2000; Antunes, 1999; Castells, 1999; Castells y Espin-Andersen, 1999) se obstaculiza la plena inserción sociolaboral de los jóvenes, ralentizándose su acceso;

c) en el mundo de la civilización del ocio, referenciada hace décadas por Dumazedier (1968), se van imponiendo nuevas ocupaciones del tiempo libre de los jóvenes vinculadas tanto a formas colectivas programadas de evasión (Rodríguez y Megías, 2001) como a manifestaciones de ocio serio (Codina, 1999);

d) en un mundo digitalizado en el que se va instalando el poder de las nuevas tecnologías (véase Castells, 1997, 1998a, 1998b), el adolescente fomenta la comunicación interpersonal a través de cyberintermediarios, tecnificándose la naturaleza socioconstruida de sus vínculos relacionales e incluso se alude a la emergencia de la Generación @ (Feixa, 2001, 2003);

e) en el mundo de la modernidad en encrucijada (Bilbao, 1997) que potencia el malestar de lo humano (Myers, 2000), también para el adolescente las grandes verdades y promesas de la modernidad (creencia en la Razón y en la ciencia, en la unidad de la historia o en el progreso histórico, así como la consideración del hombre como sujeto autónomo y racional) son simbolismos que se resisten a admitir como debilitados;

f) en el mundo del yo saturado descrito por Gergen (1992), la identidad psicosocial del joven se diluye y recompone en diversas formas de autoconciencia (véase Iranzo y Rubén Blasco, 2002), en múltiples yoes que se ponen en escena en virtud de las circunstancias;

g) en el mundo del ser como "átomo ficticio", adoptando la expresión de Varela (1992), el microcosmos del adolescente se vincula más que nunca, paradójicamente, a las colectividades como más que masas atomizadas, ya sea en forma de tribalidad urbanas u otras formas de juvenalismo (véase Feixa, 1998; Maffesoli, 1990; Moral y Ovejero, 2004);

h) en el mundo mass-mediático, digitalizado e informacional (véase Negroponte, 1999) abundan vinculaciones entre el individualismo mediático contemporáneo y el ansia de identidad juvenil (Pérez Tornero, 2000) u otros modos de comunicación mediática en las condiciones que definen una cultura de virtualidad real (Castells, 1999), y visiones psicosociológicas del animal symbolicum (Moral, 2003), de modo que va redefiniéndose una subcultura juvenil calificada como iuventus digitalis (Moral y Ovejero, 2004);

y, finalmente, entre otros muchos submundos posibles, i) mediante las utopizaciones actuales se evidencian fracasos humanos en sociedades llamadas de bienestar que entran en crisis (Mishra, 1992; Offe, 1990; Offe y Deken, 2000), ante un progreso decadente descrito por Racionero (2000), al mismo tiempo que se emplean mecanismos distractores de otras búsquedas y demandas, signos y síntomas del malestar contemporáneo.


Hemos de reafirmarnos en la premisa básica de que no existe una adolescencia ni una juventud, sino adolescentes y jóvenes (Crosera, 2001; Funes, 2003; Elzo, 1999; Jover, 1999; Moral, 1997, 1999; Ruiz de Olabuénaga, 1998) en condiciones de grandes heterogeneidades sometidas a un proceso reificante, en las que cada cual demanda su lugar en ese universo de mundos posibles como los descritos. Mediante la acción discursiva se va imponiendo "la" verdad, de modo que la definición de joven contemporáneo y su praxis de vivir ha de insertarse en las actuales coordenadas postmodernas y en las condiciones definitorias de la sociedad postindustrial y globalizada, que procedemos a describir.



Para mas información: http://www.papelesdelpsicologo.es/vernumero.asp?id=1142

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