Aquella noche de marzo de 1989 David Janka se las arregló para esquivar los mismos bloques de hielo que unos minutos después harían encallar al 'Exxon Valdez'. No era la primera vez que David surcaba sin luz las aguas gélidas del estuario del Príncipe Guillermo. Entonces pasaba los inviernos con su esposa y su hija en una cabaña que custodiaba para una empresa turística y cubría los 50 kilómetros que separaban aquella isla del pueblo de Valdez en una barcaza hinchable para comprar provisiones una vez al mes.
«El glaciar de Columbia había desprendido más hielo que de costumbre pero no era una noche especialmente difícil», recuerda junto al timón de su barco, atracado en el puerto nevado de Cordova rodeado de varios buques pesqueros y junto a un hidroavión que parece sacado de uno de los álbumes de Tintín.
El petrolero Exxon Valdez derramó su carga en 1989, causando un enorme daño sobre una gran superficie frente a la costa de Alaska.
«El glaciar de Columbia había desprendido más hielo que de costumbre pero no era una noche especialmente difícil», recuerda junto al timón de su barco, atracado en el puerto nevado de Cordova rodeado de varios buques pesqueros y junto a un hidroavión que parece sacado de uno de los álbumes de Tintín.
David nació en Illinois pero es una de las personas que mejor conoce la fauna de este estuario de Alaska. Se mudó aquí a finales de los años 70 atraído por la belleza del paisaje y desde entonces se ha ganado la vida en distintos negocios. El más rentable, este barco que alquila a cineastas, científicos y periodistas que quieren conocer mejor este paraje natural.
Se podría decir que la vida de David cambió para siempre aquel día de marzo de 1989 en que el 'Exxon Valdez' partió cargado con unos 208 millones de litros de crudo hacia la refinería californiana de Long Beach. Era un viaje que habían llevado a cabo sin sobresaltos otros buques hasta 8.700 veces desde que empezó a correr el petróleo por el oleoducto en julio de 1977 y que estaba diseñado para transportar el petróleo de los pozos del Ártico a las refinerías del sur del país.
El barco permaneció aquel jueves atracado en la terminal petrolera de Valdez y algunos de los 20 miembros de su tripulación aprovecharon para pasar unas horas en tierra mientras los operarios del consorcio petrolero Alyeska bombeaban unos 100.000 barriles por hora en su vientre de metal.
Entre quienes estuvieron aquel día en el pueblo de Valdez se encontraba el capitán Joseph Hazelwood, al que varios testigos recuerdan bebiendo chupitos de vodka durante el almuerzo y por la noche mientras esperaba las pizzas para la tripulación. Ni el taxista ni el guarda de la terminal notaron nada extraño en su conducta. Pero sí lo hizo el marinero William Murphy, que percibió cómo al capitán le olía el aliento y le persuadió para que descansara durante unos minutos en su habitación. Murphy fue el primer oficial que llevó aquella noche el timón del petrolero. El protocolo de seguridad exigía que fuera un marinero experto en el estuario quien sacara el buque del estrecho de Valdez antes de dejar la responsabilidad en manos del capitán.
Un ave empetrolada estuvo entre las víctimas en Prince William Sound, Alaska, en abril de 1989, luego de que el petrolero “Exxon Valdez” encallara a unas 25 millas de Valdez, infectando las aguas y las playas y matando gran cantidad de peces y otros animales.
El 'Exxon Valdez' zarpó 12 minutos después de las nueve de la noche y Murphy abandonó el puente de mando dos horas después. El petrolero quedó entonces en manos de Hazelwood, que enseguida percibió la presencia del hielo y advirtió por radio que abandonaría su trayectoria para esquivar los restos del glaciar.
Aquella noche apenas había tráfico en el estuario. Un extremo que el capitán aprovechó para ordenar a sus subalternos que viraran hacia el sur y llevaran el petrolero por la ruta por la que suelen entrar los petroleros en el puerto de Valdez. Pero Hazelwood, cuyo sueldo rondaba los 180.000 dólares, no esperó a completar la maniobra. Se marchó a su camarote con la excusa de que tenía que rellenar unos formularios y dejó el barco al cargo del tercer oficial Gregory Cousins, que no tenía las credenciales necesarias para pilotar un petrolero de esa magnitud.
Mucho más que un capitán borracho
«El puente de mando era enorme y sólo una mujer se dio cuenta de que el barco se estaba desviando de la ruta», recuerda David Janka sobre los sucesos de aquella noche. «Aquella mujer advirtió del peligro hasta dos veces y Cousins no le hizo caso supongo que por puro machismo. Sólo después de un cuarto de hora se dio cuenta de que el petrolero no había enderezado el rumbo porque seguía activado el piloto automático. Entonces intentó girar pero ya era demasiado tarde. La inercia empujó al 'Exxon Valdez' contra el arrecife mientras el oficial hablaba con el capitán».
Cuatro minutos después de la medianoche del 24 de marzo de 1989, el 'Exxon Valdez' encalló en Bligh Reef: un arrecife que lleva el nombre de uno de los lugartenientes del legendario capitán Cook. «Deberíais verlo ahí en vuestro radar», afirmó Hazelwood en su titubeante llamada de socorro. «Evidentemente se está filtrando petróleo y durante un tiempo estaremos aquí».
La investigación desveló que el tercer oficial que estrelló el barco llevaba 18 horas sin dormir. Pero quien estuvo en punto de mira de las autoridades desde el primer momento fue el capitán Hazelwood, que vulneró las normas al dejar al cargo a un subordinado incapaz de guiar el petrolero y superó la tasa permitida en el control de alcoholemia que se le practicó unas horas después del accidente en el puerto de Valdez.
Sólo entonces salió a la luz que unos meses antes se le había retirado el carné por conducir borracho. Un detalle que ayudó a la industria petrolera a presentarlo como el chivo expiatorio de un desastre cuyos verdaderos responsables eran los ejecutivos de Exxon, que habían reducido las tripulaciones de los petroleros por el desplome de sus ingresos anuales y habían despedido unos meses antes a los expertos en los protocolos de seguridad.
A Hazelwood se le condenó a pagar una multa de 50.000 dólares y a llevar a cabo mil horas de servicios públicos que cumplió recogiendo basura en una carretera y fregando platos en un comedor social. «El desastre representa mucho más que el error de un capitán borracho», dirían luego las conclusiones del informe que las autoridades encargaron sobre el accidente. «Fue el resultado de la degradación gradual de una supervisión cuya intención era salvaguardar los errores inevitables de los seres humanos».
Unas horas después del accidente, David Janka se despertó en su cabaña de la isla de Growler y encendió la radio pública NPR mientras preparaba el café. «No podía creer que hubiera ocurrido algo así en un lugar por donde acababa de pasar», explica mientras señala el lugar donde estaba aquel día en un mapa del estuario. «Recuerdo que mi mujer y yo hicimos unos bocadillos y llegamos en apenas media hora. Suponíamos que nos pedirían ayuda pero los guardacostas no nos dejaron acercarnos demasiado y atracamos en una isla cercana para hacer unas fotos del barco. Supongo que aquéllas fueron las primeras imágenes del naufragio del 'Exxon Valdez'».
A la mañana siguiente, David volvió con la esperanza de ayudar a evitar la marea negra que amenazaba las playas vírgenes del estuario. En apenas unas horas el petrolero había desprendido unos 40,8 millones de litros de crudo: más o menos la mitad de lo que expulsó el 'Prestige' en el otoño de 2002.
Dos embarcaciones hacían lo posible por contener el petróleo extendiendo un cordón de boyas de espuma que durante horas formó una uve gigante en torno al petrolero. «La balsa que exigía el plan de emergencia para almacenar el petróleo estaba averiada», recuerda David. «Las embarcaciones que debían succionarlo se rompían constantemente y los empleados de Exxon no habían hecho un solo simulacro. El generador eléctrico que debía inflar las boyas dejó de funcionar y los mecánicos me dijeron que no tenían recambios para arreglarlo. Sólo me quedé unos días porque me di cuenta de que no servía de nada y de que nadie garantizaba nuestra seguridad».
Sus palabras concuerdan con las del pescador indígena Mark King, que llegó al lugar tres días después del accidente. «Me topé con una humareda que se levantaba como un muro sobre el estuario», cuenta. «Aquel lugar apestaba a petróleo y nadie sabía muy bien qué hacer».
El caos que presidió las primeras horas no mejoró durante las labores de limpieza. Exxon contrató a personas sin experiencia que confundían líquenes con restos del vertido y perseguían a los cormoranes como si estuvieran manchados sin darse cuenta de que el negro era su color original. «Lo único que les importaba a los ejecutivos de Exxon era alimentar la maquinaria de la propaganda», recuerda David. «Entonces dijeron que la naturaleza se haría cargo de limpiar el crudo. Pero dos décadas después eso no ha ocurrido y nadie les ha obligado a volver a limpiar».
Fuente:
http://www.elmundo.es/especiales/2014/ciencia/exxon_valdez/alaska/index.html
Para saber más visiten:
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